Una dama de pelo rojo insiste en avanzar hacia el futuro. Se coloca el casco. Sobrepuesta a los achaques de un cuerpo que ha luchado mucho, su maquinaria en obsolescencia continúa latiendo.

La que antes se nutrió con sangre joven de tantas partes de la isla, es hoy una señora octogenaria de quien muchos solo conocen el mineral de las entrañas; el escarlata impregnado en cada poro; los edificios que le crecieron, o los dolores que causa la polución contra la que combate a diario.

Comparada con otras ciudades del país, es realmente joven. No le ha dado por sumarse años, aunque algunos afirman que, desde el 25 de noviembre de 1492, ya Colón había llevado a los reyes españoles evidencia de sus valores minerales.

Tampoco cuenta aquellos pasos de septiembre de 1833 cuando dicen se formaba la semilla de lo que es hoy. Bien sabe que existen indicios de una familia habitando su territorio que datan de 1869.

También recuerda que en el primer quinquenio del siglo XX llegaron otras familias para establecerse y así, malnutrido por la pesca y exigua agricultura nació el pueblito, sin ínfulas ni aspavientos y sí con una precariedad que no permitiría avizorar lo promisorio del futuro industrial. Sin maestros y apenas con una comadrona, subsistía el asentamiento de pobres viviendas.

En la década del `30 ya habían serias intenciones de explotar los yacimientos minerales que tanto distinguen a este sitio, pero también sus bosques de pino despertaron la codicia de inversores norteamericanos y en 1939 crearían el aserrío, primer sustento económico real y fuente de empleo a partir de la cual se fue articulando la vida de los que ya vivían en ella y los que iban llegando.

Por eso, ella y sus hijos han decidido festejar su cumpleaños cada 7 de noviembre contando su nacimiento, no por su edad geológica, ni por la llegada de conquistadores a su encuentro, sino cuando le latió por primera vez la maquinaria arrancando con el silbido primigenio del aserradero llamando a laborar a sus trabajadores.

Poco a poco la industria forestal y la minería tomaron su rol de motor de la economía y la comunidad que a su alrededor iba creciendo. La llegada de mano de obra para impulsar los empeños fabriles hizo incrementarse exponencialmente, la hasta entonces escasa población.

Émulos de las repúblicas bananeras descritas magistralmente por García Márquez, sobre le tierra roja donde hoy se encuentra el Consejo Popular de Rolo Monterrey, levantaron los inversionistas norteamericanos un reparto con 300 casas de bloque y hormigón, e instalaciones educativas, comerciales y para la recreación. Como los primeros indicios de urbanización llegaron, además, calles pavimentadas, alcantarillado, luz eléctrica, telefonía y agua potable para favorecer a quienes laboraban en la industria minera. Al barrio nuevecito le llamaron Campside.

Y aunque ella era joven, pese a lo variado de sus orígenes, también en su interior la revolución se gestaba, y hubo lucha clandestina y enfrentamiento armado, y se impulsó también desde Moa el triunfo de enero de 1959, tal vez por las grandes diferencias entre el barriecito nuevo, oloroso a privilegios limitadísimos y las precarias condiciones del resto.

Así, entre sobresaltos, auges y contingencias, con la creatividad de los innovadores, con el sentido de pertenencia de los orgullosamente moenses y los hijos adoptivos, sigue en pie ella. Siente que aún tiene mucho por lograr, que ha perdido y ganado cosas y gente valiosa, que sus hijos merecen más.

Porque Moa siempre ha sorprendido al que la trata con condescendencia, lo mismo haciendo brillar su más íntimo mineral que por la valía de sus hombres y mujeres, por su patrimonio biológico inconmensurable y que deberá ser resguardado siempre, por lo que ha dado a toda Cuba con el sacrificio diario de sus pobladores.

Hoy llega altiva a los 80, logró en este tiempo lo que a otros pueblos le ha tomado siglos: levantarse, tener industrias, puerto, universidad, escuelas, hospitales, emisoras de radio y televisión, círculos infantiles. Artistas, científicos, maestros, doctores, obreros imprescindibles, gente llana y sencilla que empuja su latir cotidiano.

Fuente: Periódico Digital ¡ahora!