Aplauso por la vida: honremos a nuestros héroes de batas blancas

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La escena se repite en todos los barrios del municipio, la provincia y el país. Son las 9 de la noche. Los balcones están vacíos. Donde antes había aplausos y gritos de aliento, ahora hay silencio. Solo quedan la oscuridad y el calor de las noches de verano. Al principio hasta el cañonazo de las 9, con un intro en la televisión, preparaba de antemano al público participante de una obra repleta de cariño y admiración hacia eso héroes de batas blancas. En ese entonces el aire se llenaba de aplausos. Después la intensidad disminuyó, todavía se escuchaban algunas palmas, aunque débiles, aisladas y lejanas. Duraban apenas unos segundos. "Acá ya ni siquiera aplauden", mencionaban muchos vecinos. Ahora todo es silencio. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué ya no se aplaude?

 

En un principio hubo hasta quienes sacaron sus cazuelas y comenzaron a tocar en honor a nuestros médicos. Se les vió alejados, disciplinados, con o sin nasobuco, en la penumbra de la noche. En Facebook eran cientos los mensajes y videos conmovedores que confirmaban lo sucedido en buena parte del país, porque además de ovaciones se escuchaban a personas gritando felicitaciones y vivas por quienes combaten la pandemia. La iniciativa de apoyar a los médicos, enfermeras y a todo el personal de salud, quienes trabajan incansablemente en los hospitales para salvar vidas y controlar la enfermedad, surgió en España, donde se repetía todos los días a las ocho de la noche, pero ya se ha extendido a otros países, como sucedió con nuestra Cuba, donde se desbordaba solidaridad, entrega, generosidad…

 

 

Ahora...solo silencio

Los aplausos de las 9 ya no suenan. Tiempo atrás nos lanzábamos a aplaudir a los balcones con el pretexto de agradecer el trabajo primero de los médicos, después de todos los que se encargaban de que todo siguiera en movimiento mientras el mundo se paraba. Pero quizás debamos reconocer que también lo hacíamos por nosotros. Cuántos no decían, al meterse de nuevo en casa, que les resultaba un desahogo, una motivación, una cura, una inyección de ánimo... Era la forma de conectar, de sentirnos cerca, de intentar buscarle sentido a nuestro encierro. Pero sabíamos que la burbuja se hincharía, se hincharía, brillaría como una gran pompa de jabón y acabaría explotando. Normal, no podía durar para siempre. Como no durarán las lecciones que supuestamente nos ha dado la pandemia y que algunos ni siquiera se molestaron en estudiar... como para recordarlas cuando el tiempo pase.

 

A diferencia de lo que ocurría al comienzo del aislamiento obligatorio para frenar la propagación del coronavirus, los aplausos masivos para reconocer a los trabajadores de la salud ya casi no se escuchan. El desgaste y el cansancio después de más de 1 año de encierro, la cuarentena convertida en una rutina que ya perdió su aspecto novedoso y el efecto contagio propio de los fenómenos masivos son algunos de los factores que explican por qué se apagaron los aplausos.

 

"Acá ya no escucho a nadie aplaudir. Al principio se aplaudía un montón. Yo me he sumado varias de veces, como para demostrar mi apoyo. La transición hasta dejar de aplaudir fue muy de a poquito. A partir de los rebrotes, ya ni siquiera se escuchan aplausos", menciona un vecino del barrio. "La pandemia y la cuarentena se volvieron algo más rutinario. Ya es algo más normal. La gente se hartó, y creo que por eso dejaron de aplaudir", agregó.

 

Algunos auguraban que cuando todo esto pasase seríamos mejores. Todavía no pasó y esa teoría, creo yo, ya ha saltado por los aires. Somos y seremos mejores en lo que ya éramos. El egoísta será más egoísta, el indisciplinado seguirá haciendo de las suyas, el maleducado lo será aún más, el sensato tendrá más razones para serlo. Pero no saldremos de aquí como una sociedad ejemplar porque no lo somos, no lo éramos. Aunque tengamos nuestros momentos. Si hay que hablar de cambiar solo tenemos una esperanza. La de los miles de niños que se han quedado en casa y cuyo futuro y presente han parecido, durante semanas y meses, secundarios. Como si no fuesen los actores protagonistas. Hemos tenido la oportunidad -y la tendremos hasta que vuelvan a las aulas- de tenerlos más cerca más tiempo. Y pesa sobre nuestros hombros la responsabilidad de que, ellos sí, sean mejores. Que salgan de la experiencia más sabios, más fuertes. Por eso hoy, aunque ya no haya aplausos, yo doy palmas por esos médicos que aunque estén lejos, están cerca y que cuando cerramos las puertas de nuestros hogares, ellos siguen ahí, dándolo todo, a sabiendas de que no es suficiente. Por nosotros, los padres, que bien o mal, hacemos lo que podemos. Y por ellos claro. Ojalá sean mejores.

 

 

El por qué del fin de los aplausos

Los primeros días de cuarentena salía toda la gente a los balcones a aplaudir. Incluso se gritaban de un balcón a otro. Había un clima de fiesta que se fue rompiendo por la escalable situación de escasez de medicinas y otros recursos médicos y sanitarios, además de condiciones subjetivas relacionadas con el trato brindado por algunos médicos a los pacientes, deficiencias en la atención primaria de salud, y otras pocas más, y que se fueron acumulando en el juicio popular. Ya está implícitamente pactado que nadie aplaude. La gente se hartó. Igualmente, se sigue valorando el trabajo de los médicos, pero no con la fuerza y el ímpetu de un comienzo.

 

La falta de acompañamiento del resto de los vecinos también es otro motivo para dejar de aplaudir. Hay una lógica de la participación en masa, que si los demás no lo hacen, entonces yo tampoco lo hago. Influye que haya una multitud que no acompaña. Se dejó de aplaudir por un efecto contagio, como un efecto de masa. El ocaso de los aplausos no implica que la sociedad le haya retirado el apoyo a los médicos. "Al principio había apoyo y participación porque era una situación novedosa. El fin de los aplausos no tiene que ver con que la gente no preste apoyo a los médicos. Con la repetición constante de algo, llega un punto en que se extingue. El efecto sorpresa termina siendo hábito y al ser hábito, se va perdiendo la motivación.

 

 

No rendirse, no cansarse...esa es la clave

Cada vez que nos parezca que estamos cansados, agotados, sobrepasados de este largo período de pandemia, pensemos en cuánto han entregado nuestros médicos y enfermeras, en los cientos de técnicos que no descansan en los laboratorios, en todo el personal de apoyo, en los jóvenes que han pesquisado en los barrios y han limpiado los pisos en los centros de aislamiento. ¿Ellos están agotados? Sí. Pero no se cansan de luchar por la salud de todos, de sacar el extra, aun cuando se enfrentan a limitaciones de recursos, para sanar y salvar vidas, a cuenta y riesgo de perder la suya. 

 

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Cada vez que nos parezca repetitivo, cuando se insiste en que solo cumplir medidas ya probadas, como el uso correcto del nasobuco y el distanciamiento físico, nos permitirá cortar las cadenas de transmisión y avanzar en la inmunización para derrotar de una vez a este terrible virus, recordemos a quienes llevan meses en la primera línea desde cada servicio de salud, o institución habilitada para atender pacientes. Recordemos a los que están en zona roja cada día sin detenerse durante 24 horas, un esfuerzo que los agota física y psicológicamente, sometidos a un estrés permanente, y lo hacen por nosotros, por nuestras familias, por cuidarnos y salvarnos.

 

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Entonces, no tenemos derecho a cansarnos y menos a descuidarnos. Honremos el esfuerzo cuidándolos, poniéndonos y poniéndolos a salvo.

 

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Fuentes: Sitio Web - Ministerio de Salud Pública , Diario Digital La Nación (Argentina)

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