¡Porque cuidar se conjuga en cualquier tiempo y género!

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Se acerca el Día de las Madres y un lector del Juventud Rebelde escribe preguntando qué puede regalarle a la suya: «Algo que dure, que sea útil, que reconforte en estos tiempos difíciles». Ella es abogada, y el hijo sigue sus pasos en la universidad. Viven con el abuelo y un hermano menor. «Trabaja mucho, y se encarga de todo en la casa. Es mi heroína», recalca con sincero orgullo.

Sin percatarse, este joven «dignifica» una manifestación de violencia estructural que afecta a millones de mujeres sin importar nivel, estatus social, raza o credo: la feminización del cuidado de la vida, unido al sobresfuerzo del trabajo doméstico, agudizados ambos con la pandemia.

Por siglos se ha asumido como «normal» que las mujeres velen por el bienestar de los demás, que recaigan en ella tareas y decisiones, que se sacrifiquen en contingencias de salud y renuncien a otros roles para ser la madre o hija «abnegada», en reacomodo automático de dinámicas familiares.

 

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Sobre ese tema versó el panel Los cuidados en el centro de la vida humana y natural, organizado el 23 de abril pasado por el Capítulo cubano de la Marcha Mundial de las Mujeres (MMM), aún disponible en las redes y resumido por el Servicio de Noticias de la Mujer Latinoamericana y del Caribe (Semlac).

En ese espacio virtual, Maura Febles, investigadora del Grupo América Latina, Filosofía Social y Axiología (Galfisa), explicó que el regreso de las mujeres al hogar trae consigo una carga simbólica de lo que ha significado la pandemia a nivel de imaginario, percepciones, autoestima, cotidianidad.

 

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La periodista Lirians Gordillo, de la Editorial de La Mujer, ejemplificó cómo en situaciones de crisis las más afectadas son siempre las mujeres, porque se refuerzan esos roles tradicionales que las recargan, muchas veces sin analizarse otras alternativas hogareñas o comunitarias; mientras la colega Herminia Rodríguez compartió investigaciones que demuestran cómo se feminiza también el cuidado en ocupaciones, profesiones y sectores públicos, como Educación y Salud.

Por eso, la socióloga Magela Romero, de la Universidad de La Habana, subrayó la necesidad de impulsar más estudios y políticas que remarquen la importancia de los cuidados en general, y el autocuidado de quienes velan por los demás.

«Cuidar es un trabajo grande e indispensable que garantiza la sostenibilidad de la vida, pero cada vez hay más personas que demandan atenciones y menos para entregarlas», reflexionó la realizadora Lizette Vila, del proyecto Palomas, que estrenó hace poco el documental Ellas…sus cuidados y cuidadoras.

¿Cuántas mujeres sienten el agotamiento acumulado tras meses de sobrexigirse para mantener el orden y limpieza hogareña, garantizar provisiones, simultanear teleclases y teletrabajo, entretener a la prole, animar a sus mayores, «atender» a la pareja y preocuparse por la seguridad de quienes salen?

 

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Por pensar en todo, cada vez piensan menos en necesidades propias, sobre todo mujeres entre 40 y 60 años, la llamada «edad de la croqueta», al estar atrapadas entre la obligación de dar sostén económico y cuidar de hijos, padres, suegros u otros adultos que recaen en ellas, aunque haya más familiares obligados por ley potencialmente disponibles.

¿Quién cuida a las cuidadoras?, preguntaban en el panel. Ellas «posponen sueños, renuncian a proyectos, se anulan, se desaniman de trabajar, pierden autoestima y autonomía, quedan expuestas a los conflictos familiares y sociales y a las diferentes expresiones de la violencia de género», dijo Vila.

Desde la academia, desde el activismo feminista y los medios de comunicación, se invita a todas las familias a revisar ese arrastre de injusticia culturalmente impuesta, y a asumir esta crisis sanitaria como «una oportunidad para resignificar nuestras vidas, nuestros cuerpos y los cuidados».

Para el lector que escribió esta semana, y para millones de familias en situación parecida, la sugerencia es simple: regalen a las madres tiempo para ellas. Para relajarse a favor de su salud física y mental. Para ver algo de su agrado en la pantalla sin estar pendiente del teléfono o la puerta. Para hablar con amistades o contemplar una puesta de sol sin vigilar el fogón ni mediar en peleas fraternas. Para un autoexamen de mamas, practicar ejercicios, tener hobbies…

Pero no lo hagan solo este domingo simbólico. Comprométanse en un apoyo cotidiano, aligerándolas de tareas domésticas que en buena ley son responsabilidad de todos bajo el mismo techo. Y como colofón, regalen la certeza de cuidarse de la COVID-19 en la calle, y cuiden a sus seres queridos al volver a casa.


 

Fuente:Juventud Rebelde

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