En la tierra roja del níquel, la admiración y el coraje se triplican

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Los continuos apagones son como golpes al alma. La contingencia energética del país es una experiencia amarga, un ejercicio de paciencia en espera de que, finalmente, las termoeléctricas nos den la luz. En Moa, casi igual que en el resto del país, han sido días dramáticos, con noches sofocantes y nubes de mosquitos, la mayoría de la especie Aegypti, un escenario que pone a prueba la paciencia del más ecuánime y la resistencia física de cientos de agotadas madres que intentan refrescar con improvisados abanicos a sus hijos, espantando la posbilidad de contraer el terrible dengue por una picadura del molestor vector, y cuyo zumbido resulta imposible de ignorar.
 

La amarga experiencia cada cual la vive de una forma diferente. En las mañanas de camino al trabajo se observan hombres y mujeres que se van rumbo a la industria, después de horas sin electricidad. No han dormido lo suficiente y muchos se van a laborar a las minas durante la jornada. No es una tarea sencilla. La minería tiene riesgos, cualquier fallo en los procedimientos supone un peligro para sus vidas. Manipulan además costosos equipos, imprescindibles para aportar  de forma divisas a nuestra economía, y por cuya integridad material responden con sus bolsillos en caso de algún accidente. Lo de estas consagradas personas y sus familias, que en Moa constituyen generalmente la mayoría, es una proeza. El pueblo moense es admirable, igual que el resto de nuestros compatriotas, pero aquí en la tierra roja del níquel, la admiración y el coraje se triplican. 

 

 

Fuente: Tomado de las redes sociales (adaptado parcialmente).